MAESTRO DE LAS OLAS

En un mundo donde los vientos caprichosos y las mareas impredecibles dictaban el destino, Unar aprendió la lección más valiosa de su vida. 

Unar, el tejedor de velas, creía que podía predecir y controlar los vientos que inflaban las velas de los barcos que surcaban el mar de su pequeño pueblo. Con cada nudo que ataba, con cada hilo que entrelazaba, su confianza crecía, y con ella, su arrogancia.

Un día, una tormenta feroz se levantó del horizonte, desafiando su supuesto dominio. Las olas se alzaron como gigantes furiosos, y los vientos aullaron, desgarrando las velas que Unar había creado con tanto esmero. Fue entonces cuando comprendió que su control era una ilusión, una vana fantasía frente a la magnitud de la naturaleza.

Despojado de su orgullo, Unar se sentó en la orilla, observando cómo la tempestad se llevaba sus creaciones. En la humildad de ese momento, encontró la paz. Aprendió a escuchar el susurro del viento y a respetar el flujo y reflujo de las mareas. Ya no buscaba dominar, sino convivir.

Con el tiempo, Unar se convirtió en un maestro de la navegación, no por la arrogancia de lo que creía saber, sino por la sabiduría de su entrega. En la aceptación de la presencia de fuerzas externas aparentes, y de otras ajenas a su percepción, y probablemente ocultas; descubrió el verdadero autodominio. Y así, aunque las velas que tejía podían rasgarse, su espíritu permanecía intacto, navegando con serenidad en el mar de la existencia.