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Unar Idícula

Relato Autobiográfico

Maracaibo, Venezuela; transcurría  la década de los  70. Era yo una niña de once años; en aquellos tiempos en que mi barrio completo era el patio de mi casa. No había secuestros, ni vecinos pederastas. La comunidad en la que crecí era un sitio desfavorecido y marginado en todo sentido, esto era así,  y paradójicamente sucedía en tiempos de la opulencia del petrodólar.

Un día cualquiera, paseando por una de las calles, observé un contenedor de basura desparramado en la acera, me llamó la atención en aquel basurero un librito rojo, pequeño, de esos de bolsillo; estaba impecable. Miré a mi alrededor dudando de si cogerlo o no. ¿Cómo alguien podía tirar a la basura algo tan bonito? Lo cogí y salí corriendo a mi casa; el libro estaba tan nuevo que no quería correr el riesgo de que alguien me acusara de haberlo robado.

Ya en mi habitación, puertas cerradas, me dispuse a leer aquel diminuto libro; era una Antología Poética de Federico García Lorca. Por supuesto que yo no conocía nada ni del autor ni de letras, ni de literatura, pero sí me gustaba leer, y leía todo lo que pasaba por mis manos. Pero aquellas líneas no tenían nada que ver con lo que hasta ese momento yo había leído.

 

RELATO AUTOBIOGRÁFICO

Leí varios poemas y el corazón se me aceleró, me quedé tumbada en mi cama mirando girar el ventilador de techo de mi habitación, casi mareada, pensando ¡Qué cosas tan hermosas escribe este señor! Me quede así casi en trance, no sé cuánto tiempo, con el librito sobre mi pecho, sintiendo toda la vida, amor y sensibilidad que emanaban del mismo; me percibía alegre, acompañada por algo, por alguien, me sentí enamorada.

Puedo ahora decir que a los once años Federico García Lorca fue mi primer amor, porque al leer sus poemas parecía mecerme entre sus brazos y me sentía amada. Fue poco después, ya en el instituto o liceo, cuando en contacto con las clases de Lengua y Literatura, descubrí que yo podía, que de mí nacía la inclinación a escribir poemas. Por ese entonces ya tenía 13 años, y comencé a hacerlo.

Pasados cinco  años, o sea a los 16, tuve mi primer ligue o novio; quien fue en esta ocasión, utilizado por alguna mano invisible como emisario del desaliento. He observado que en cada etapa de nuestras vidas, siempre hay alguien allí para entorpecer tu camino; de nosotros depende si lo permitimos o no; yo en algunos casos como este que narro, lo permití.

El susodicho novio o “ligue-amigo”; vino un día a visitarme a casa sin previo aviso, y me pilló con mi cuaderno de poemas en las manos… Se partió de la risa, no sé cuánto tiempo estuvo riéndose de mí. De forma implícita me llamó ridícula, y así me sentí, una ridícula.

Aclaro que no es que piense que la visión generalizada de las personas hacia los poetas y poetisas sea la de considerarles ridículos, pero habrá uno que otro que así opine; sobre todo porque esto no es una labor “material ni productiva” no es un plato de comida con el que puedas saciar el hambre física, no es un coche, una cosa o una cuenta bancaria sustanciosa, etc. Pues, me pasó que de tanto esconder el cuaderno de mis primeros poemas no sé a dónde fue a parar, lo perdí y también deje de escribir.

Finalizados los que para mí fueron terroríficos, limitantes, reprimidos y frustrantes años 80, ya en los 90; siendo una universitaria con un poquito más alineada mi autoestima; por todo lo que ya había podido superar en cuanto a privaciones de todo tipo y catástrofes familiares; comencé otra vez a escribir poemas.

Debo reconocer, que  muchos de los poemas que escribí ni yo misma los comprendía, así que también los ocultaba, excepto a unas poquísimas personas, a quienes alguna vez me atreví a enseñárselos; de las cuales el 95% reaccionó mirándome con la lástima con que se contempla un bicho raro y desadaptado del mundo, o a lo mejor así me sentía yo, y pensaba que aquello era evidente para los demás.

Comencé a escribir para mitigar el dolor emocional de algunas experiencias; no sé si podré explicar esto acertadamente, pero escribía aquellos poemas en una especie de trance hipnótico; luego de hacerlo me sentía enormemente aliviada, así que hacerlo me resultó de una ayuda psicológica enorme, puesto que yo para pagarle a un psicólogo no tenía.



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